martes, 14 de diciembre de 2010

El huevo

Cada vez que escribo un buen texto, cacareo.
He puesto un huevo cuento.
He parido un blanco y tierno ejemplar
que es mío hasta que vuela
y se hace mundo.

Cada vez que escribo un texto digno, me bebo.
Masturbándome con mis palabras,
Penetrándome en relecturas propias.
Lamiéndome los oídos,
recitándome.

Hemos de celebrar,
los inquilinos de mi conciencia.
Pusimos el huevo del arte.
Dimos vida.
¡A cacarear!

lunes, 29 de noviembre de 2010

Dieta

Hago la dieta de la luna.
No la llamo, no le hablo, no le digo una palabra.
Hace una semana; nueve días, para ser exacta.
Régimen estricto de su edulcorada imagen.

Asiduas jornadas restrictivas.
Sólo me alimento de evocaciones.
A veces picoteo comentarios con amigos.
Ellos, a favor de la dieta, no me dejan que la regurgite.
Cambian de tema y levantan la mesa.

Dieta líquida.
La bebo al mediodía, la transpiro de tarde, la lloro de noche.
Pero a ella, ni una palabra.
Nueve días sin una pizca de ella.

Nada más ese desliz, de buscarla en lo prohibido.
Pellizcar furtiva una foto, pensarla a oscuras.
Lamer penosamene lo que queda en el fondo del congelador.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Gracias a su falta de delicadeza

Juro que la escena fue más o menos así:
Yo estaba subida al sillón como arrebatada, atrincherada. Herida fatal, me había largado a llorar como una criatura hacía varios minutos. En ese momento, entonces, estaba de cara empapada y buscando pañuelitos en mi morral. Él no me ofreció nada. Me miraba a punto de pronunciar lo que yo esperaba que fuera su pedazo de telgopor o cualquier cosa que flotara en medio de tanto naufragio. Y mientras esperaba sus palabras, seguía incrementando la desazón en generosas gotas de sal. Pero ahí venía su discurso. Iba a decirme algo absolutamente sosegante.

- ¿No te parece que te estás victimizando?

Eso dijo.
Y yo envuelta en mares.

- ¿Y en qué carajo me ayuda eso que me decís?- le escupí yo. No sé si dije realmente "carajo", pero si no fue así, fue por puro respeto a su licenciatura.

Esa era sólo una de las tristes verdades que me anunció ese día. Una, quizás la más contundente, la repitió varias veces, supongo que para que no la olvidara.

- Esta mina no quiere estar con vos.

Y me encargué de baldearle el consultorio completo con mi agudísima pena.

Dos días después, he tomado cartas en el asunto. La he sacado de mi vida definitivamente. Ahora sí, estoy rota, rota, rota.
Pero con perspectivas de rehabilitación.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Como la gripe

Me paro frente al espejo y me digo cosas. No realmente frente al espejo, porque estoy en el sillón, muy débil para levantarme, pero me visualizo así, frente al espejo rogándome: ¡que se me vaya! ¡que se me vaya!
He tomado decenas de analgésicos en generosas pastillas fumables. Respeté las indicaciones del médico cuando sugirió que tomara mucho líquido: así lo hice, en grados crecientes de graduación etílica; el alcohol mata gérmenes, ¿qué mejor?
Guardo reposo sumergida tres metros debajo de la tierra, enterrada en frazadas.
He practicado el control mental, el yoga, el psiconalisis. No ha servido de gran cosa: alma, cuerpo, mente, alineados en un mismo bolo de enfermedad.
Tengo focos infecciosos en línea recta, chakras monocromáticos y ni una lucecita prendida en el patio del fondo. Puntitos rojos apenados, poros cerrados, fiebre baja, piel escarchada.
La vomito desde hace una semana y no se me va del cuerpo.
Psico-ánima-somática.
Que se me vaya.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ella está tan tiste,
que carga sus huesos en un maletín de cuero.
Repta los días azules y en su andar los destiñe.
Del alfabeto frondoso, sólo puede pronunciar la hache.
Ha perdido su nombre y niega el mío.
Desatiende las horas; las abandona indiferente.

Ella está tan triste,
que me empuja a retirarme, porque sabe: me intoxica.
Padece el alba y, a veces, llora sangre.
Pero llora hacia sus vísceras y se rasga muda.
Toda su dolencia se ha propagado.
Y no hay nada en mí que le sirva de amuleto.

Está tan triste que,
para hacerla reír,
colecciono chucherías,
plagio historias de duendes,
le hago cosquillas en la nariz.
Entinto sus días,
la lleno de letras
y cargo sus huesos sobre mi cuero.

Pero ella
está tan triste.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Degustación

Tu lengua es una gelatina frutada. Y yo la espero deseosa, cada noche insomne, cada tarde enardecida. Tu lengua mojada juega a las escondidas detrás de tus besos secos. No se despliega; espera a que se macere mi locura. Y en mi espasmo sofocante, se asoma y humedece mis labios. Abro la boca y recibo tu lengua entera, gelatina sabrosa que cruza el límite de mi cuerpo. Ahora estás dentro mío. Todo lo que en mí podía contenerse, se ha desatado inexorable. Tu lengua se relame con mi lengua desenfrenada. Un movimiento lento y perverso. Tu lengua sabe de mí y juega al juego de la demencia. Dados sobre la mesa, ella ha ganado todas las partidas. Me dejo caer en la insania, porque tanto lo he querido. Cuando sale de mi boca, tu lengua pasea por mi cuello, sube hasta mi oreja y convulsiono desprolija, olvidada de mí, sentenciada a deshilarme íntegra. Vuelve a mi boca y se introduce hinchada, empapada de salivas. Chupo tu lengua para retenerla en mi interior, pero ella decide bajar hacia mi cuerpo y recorrer cada poro desesperado. Abatida, me ofrezco completa, esclavizada.
Tu lengua vive en mis días, en mis sueños, en mis piernas. Roba mi idioma, pudre mi dialecto. Y en silencio, jadeo el rezo de los condenados.
El Diablo hace una venia y aprisiono tu lengua una noche más.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Fiaca

A veces me despierto y hago fiaca con tu espectro. Te arremolinás entre la ropa de cama y despeinás la sábana de abajo. El colchón queda desnudo y yo me quejo pero vos te reís de mis manías y me besás liviana, destellito de sol.
Abro los ojos y juego con tu cuerpo desnudo, todavía tibio de habitar sueños. Me pedís que te acaricie y te albergás en mi cuello, reposando tu sonrisa leve.
Nadie duerme. Yo te contemplo y vos me besás el huequito de la clavícula. Te acercás y me decís al oído todo lo que nunca dijiste.
"Amor, amor mío", me nombrás. "Amor mío", te devuelvo.
Hacemos una carpa con el acolchado y nos besamos ocultas. Y los besos tienen hijos besos y nietos besos y una descendencia inacabada de besos nos cubre los cuerpos.
Nada nos impregna demasiado, porque es temprano y todo es blando y amarillo.
Y te quedás para siempre.

Pero tu lado de la cama sigue intacto. La sábana estirada, el colchón arropado. Me hago un arrollado de almohadas y piel y cierro los ojos para evocarte. Apago el despertador, ruego silencio, me cubro hasta la sien. Y allí vuelve tu espectro a acunarme adormecida, un ratito más.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Esa chirusa

Debo admitir que me da una enorme vergüenza ser feliz cada vez que ella me habla. Porque en todos estos años de vida, habiendo recorrido el camino terapéutico para encontrar todas esas cosas personales que me hacen feliz, nada me deja tan estática como un trago corto de sus palabras. Un shot de cinco segundos y después, relajar la cabeza, reposar, disfrutar, yacer plena. Una verdadera vergüenza.

Las amistades nunca entienden. Será que yo tampoco, en calidad de amiga, entiendo que mis hermosos allegados se permitan hacer trizas por sus amantes de ocasión. No lo entiendo y no lo permito. Ellos, tan bonitos ¡quién los viera! Yo los veo. Y si alguien no los ve, ¿para qué seguir sacudiendo el árbol emocional si a sus secos amores no se les desprende ni un solo higo? No lo permito. Con ellos no. Pero yo... bueno, ellos no entienden.

Por esos cinco segundos, todo. Mi ser entero, por ese disparo de placer. Y después del gran estruendo, la muerte. Ella se va porque nunca puede quedarse. Y emerge el vacío.
Cuando lo cuento, algunos amigos me miran con cara de pena. Sé que piensan que es una chirusa, que me lastima, que tengo que dejarla. Es lo que me diría yo misma, si estuviera de mi lado, si fuera mi propia mejor amiga.

Esa chirusa tiene el alma de polvo blanco. Pero les juro, amigos, que lo tengo todo controlado. La puedo dejar cuando quiera. No se preocupen. Es que justo ahora, ahorita mismo, no quiero dejarla. Pero cuando quiera, la dejo. Un par de ingestiones más. Al final no es tan mala. Y no le digan chirusa. Son esos cinco segundos. Pero realmente, no se alarmen. Lo tengo todo controlado.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Ella en mi cabeza

Ella es... ¿cómo explicarlo?
Sí, es perfecta. Bueno quizás no sea perfecta, pero casi. Y el "casi" lo digo sólo en teoría (¿debiera acaso encontrar el defecto que dé efecto a su "casi"?), porque sé que nadie puede ser perfecto, eso dice la gente. Pero ella... si la conocieras. Te juro que ella, en mi cabeza, es perfecta.
Sin embargo hay otra ella. La corpórea. Ella sí se equivoca. Comete el error de no estar conmigo. ¡Gravísima errata! Pero como no está, puedo pensarla. Volatilizo su sustancia y la aspiro hacia mi mente. Su ser físico queda silenciado y se hace perfecta. Enjabono sus palabras, centrifugo su imagen y en un santiamén queda limpita. Hermosa, brillante, impoluta. Ella y toda su magnificencia.

Entonces le escribo que es perfecta. A ella, la corpórea, la que está fuera de mí. Se lo escribo con letras enormes, para festejarla: Querida, sos PERFECTA.

No me contesta.

Y la idea de ella, por suerte, se hace añicos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Deshacer el oficio

Querida:
                En tu ausencia prolongada he recuperado todos mis deliciosos espacios personales. Amigos, pasatiempos, delincuencias menores. No era cierto eso que decían, que debía preocuparme, que era hora de abrirle las ventanas a la pena para que viniera toda. He comprado plantas nuevas y un vestido. Las riego todos los días. Al vestido no. Sonrío, hago mi trabajo, visito a mi familia. Me he vuelto más rigurosa con mis hábitos alimenticios. Me aplico cremas y perfumes. Estoy pensando en cambiarme el peinado y también quisiera leer más. En las noches, salgo a caminar y muerdo bocados de viento y pólen. Lo hago a la hora en que solíamos hablar por teléfono, querida mía. Y no serás más mía. No tendré propiedades materiales ni fisiológicas. Seré libre. He tomado tu retirada con gran prudencia y serenidad. Claro que ha sido todo en nuestro beneficio. Los días pasados lo han constatado. Querida, quiero contarte que estoy bien y que estaré mejor.
Sólo un asunto pequeño me ha tenido en vela el día de hoy. Y es que he sentido la imperiosa necesidad de verte la cara. Quizás tan sólo escuchar tu voz, contarte algún acontecimiento, discurrir humores absurdos. Y entonces caí en cuenta de que ya no serás mía ni yo tuya y que seremos libres como el frío. He recordado que tomamos la despiadada determinación de separarnos y entonces ni tu cara, ni tu voz, ni tus humores absurdos. ¿Y qué hace una si cualquier día tiene el antojo de acercarle la mano a la otra? La mano, la yema de un dedo. Rozar, rozarte. ¿Qué hace una? ¿Qué hago yo, querida mía? Sólo ese pequeño asunto, la brasa en el vientre de no poder acercar mi yema. Nunca más.
Y sin embargo te aseguro que estoy bien. He ido de compras, limpié la casa, hice planes para el fin de semana.

martes, 26 de octubre de 2010

La vida sigue transcurriendo burlona, impasible.
Qué error el sol, los niños, los jardines.
Cuánta infamia, querer pretender tanta primavera.
Distribución de la belleza, qué insolencia.
Belleza era ella, monopolizada.

En calendarios indolentes,
hojitas de noviembre, en la punta de la lengua.
Qué error el lunes, el martes, el viernes.
Desatinos del tiempo.
Horas indómitas, sicarias de mi parálisis.

Destejan las agujas.
No he despabilado el sueño,
el terrible sueño de su color exquisito.
De tanto nombrarla se hizo vida,
se hizo muerte
y se fugó.

Aún hoy, los días vandálicos
perfuman el candor de la nueva temporada.
Anuncian pétalos, corretean desnudos.
Y se mofan de mi burda incapacidad
de ver belleza en los canteros,
en las risas, en las lunas amarillas.

lunes, 25 de octubre de 2010

Una mujer se ha perdido

Ya no nos hablamos más, pero esto lo hemos decidido de manera higiénica y rotunda. Porque es lo mejor para las dos. Porque esto así no va. Porque nos lastimamos, porque no es el momento, porque yo quiero, porque ella no puede.
Estrechamos manos y firmamos el pacto de silencio. Nos eliminamos de las agendas telefónicas y de todas las formas de contacto. Nos saludamos cortésmente, pero nos ladramos ojalases. Ya no miro sus fotos. Me he prohibido oler la ropa que dejó en casa. Evito inventarla en prosas y versos. He dado vuelta el lomo del libro que me prestó. No acecho mujeres para dar con su perfume. He sellado mi nariz. Cada vez que la pienso, de ceño firme me chisto los pensamientos. No compartimos espacios físicos, eventos o actividades. No hemos dejado amigos en común, ni cuentas pendientes. Somos latitudes remotas. Viajamos en paralelo. Nada ha quedado librado a la fortuna.
Sólo la intención podrá enlazarnos.

domingo, 24 de octubre de 2010

Una mujer rota

Si la mirabas de lejos, Ana daba pena. Y de cerca sí, efectivamente no había explicación afortunada para la butaca vacía junto a ella.

Poco rato antes se lo había avisado en un corto mensaje de celular: "Disculpá. No puedo acompañarte al teatro hoy. Que la pases bien". Ana en inmediata perplejidad porquécómocuándodóndequé. Nada. Sólo el mensaje de ella. Y el llamado urgente de Ana, hambriento de palabras que llenaran asientos, la reiterada ausencia. Pero ¿qué podía decirle ella? ¿Qué, que no hubiera dicho ya tantas veces? Después de las constantes negativas, no importaban los porqués. Su rechazo degollaba el camino andado, o el que Ana andaba sola, armando con su sombra una persona, la que quería que estuviera a su lado, a la altura de las cincunstancias y como dios manda, aunque el muy cínico nunca mandara en el camino de Ana.
Súbitamente se vio envuelta en una pantomima telefónica en el medio del viaje en tren hacia el teatro. Mientras discutía con la voz del otro lado de la línea, esa que convertía sus entrañas en polvo, Ana recordó haber sido alguna vez una pasajera más del tren, de las que miraba ese tipo de gente, horrible, pública, desenfadada, hablando a los gritos en sus telefonitos tristes, intentando sanar la vida en una conversación excesivamente cara, en cinco minutos de vida y de muerte. Los veía y no podía dejar de pensar lo diminutas que debían ser sus existencias, tratando de escurrirle un sentimiento a ese pequeño aparato. Esa sed de resolverlo todo en pleno viaje, qué vergüenza, ¡contenéte querida! Pero ahora era Ana la que estaba dando ese espectáculo histérico, frente a todos, aunque todos eran nada, dibujitos de cartón que pasaban movidos por la mano del dios cínico que no la visitaba nunca, movidos como marionetas en el escenario en el que estaba inserta. Y del otro lado de la línea, ella explicándose, maullando palabras, sorbiendo el alma de mate amargo de Ana, que trataba de manotear el respirador artificial, porque sentía que se iba, se iba, marionetas caminando, tren, estaciones, viento, ella, su voz, ruido, ¿qué? no te escuché, no, no te quiero ver más, esto me hiere, ¿entendés? (¡esto me mata!, pero eso no lo dijo). Al cortar la comunicación, desvaída caminó vagones hasta sentarse en el piso del furgón, junto a una señora. Y como vomitando jugos encandescentes lloró desesperadamente, abrazada a sí misma, lloró a gritos ensordecidos por el escándalo del tren.

En un rapto, la setentona con su labial rojo carmesí, las mejillas cruelmente ajadas y unas zapatillitas brillantes, tomó a Ana del brazo y le preguntó:
- ¿Adónde vas?
- Al centro-. Respondió, como quien recibe la mano del dios ausente, para ser devuelto a la vida.
- ¿Vas al recital de La Renga?
Y no, el dios de los humanos seguía sin rastro. Ana permaneció muerta.

Caminó sin vida hasta el teatro. Se sentó en la butaca y apoyó sus cosas sobre la butaca de ella, la faltante, en el asiento de su desaparición.

Si me mirabas de lejos era tan triste, que no quería ser yo. Quería ser otra, que contara la historia de una mujer rota, en una butaca rota, junto a un asiento roto y tan solo que estaba lleno de ausencias.
La ausencia de ella, la ausencia de dios.
Y ninguna explicación afortunada.